la muerte,
se puede ver el alivio
al fondo de todas
las miradas.
Como la superficie
de un estanque repentinamente en calma.
Algo en la pupila
los delata.
Hasta en el rostro mismo
de la víctima
con más saña maltratada.
Siempre al fondo
del fondo:
esa placidez insensata.
El mismo signo
de abandono perplejo y feliz,
en la mitad
de la mitad
del último segundo.
Como si de pronto comprendieran
que tan poco era tan difícil
ni extraño
estar ahí.
Dejarse ir.
O se sintieran aliviadas
del peso insoportable
que hasta entonces cargaron sin saberlo.
O la conciencia es sutil
como el polvo de hada.
Y no hay nada,
no hay nada,
ni al otro lado
ni aquí.
Ningún deber inexcusable,
ningún hábito insalvable.
Ni siquiera el de vivir.
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